Atrás

Del código al raye y del raye a la rutina

Dispersamientos
Del código al raye y del raye a la rutina

Del código al raye y del raye a la rutina

Hace unos meses estaba ahí, mirando el código como un zombie. No porque fuera difícil o porque estuviera cansado, sino porque ya no me importaba mucho. Después de tantos despidos y meses sin conseguir al menos una entrevista, la programación se había vuelto una relación tóxica donde yo ponía todo y recibía estrés y ansiedad a cambio.

La verdad es que me empezó a dar ansiedad tantas veces que me despidieron. Cada nuevo proyecto me generaba pánico, cada evaluación semanal era un recordatorio de que probablemente no era lo suficientemente bueno, y cada nueva tecnología que salía me hacía sentir más obsoleto.

La industria se volvió una carrera de ratas enloquecida donde yo siempre iba perdiendo. Cada mes sale algo nuevo que “tienes que aprender SÍ O SÍ”, pero yo ya no tenía ganas de aprender nada. Mi cerebro había dicho “hasta aquí llegué mi papacho” y se había puesto en modo supervivencia.

Era como estar en un gimnasio donde cada semana aumentaban los pesos automáticamente, pero mi fuerza seguía igual. Cada despido me confirmaba lo que ya sospechaba: tal vez simplemente no era bueno para esto.

Llegó un momento donde abrir el VSCode me daba pereza. Literal. Ver código y pensar como solucionar algo me generaba ansiedad, pensar en aprender algo nuevo me agotaba antes de empezar, y la idea de otra entrevista técnica me hacía querer salir corriendo para el Amazonas e iniciar una vida nueva en el bosque y esperar que la hepatitis me matara en algún momento.

Era un círculo vicioso: no quería aprender porque me daba ansiedad, pero no aprender me hacía sentir más desactualizado, lo que me generaba más ansiedad. Un loop infinito perfecto para joder mi autoestima y mi existencia.

Encontrando la salida por casualidad

Hace años había visto “Irene yo, y mi otro yo”. En esa película, los hijos de Charlie ven a Richard Pryor y cuando crecen ven a Chris Rock. Esas risas, esos chistes que vi ahí me causaron curiosidad desde ese momento, investigué y descubrí ese humor de observación, esa risa que nace de lo cotidiano, de las experiencias propias de cada persona. Siempre quise hacer algo así: tener algo interesante que decir, que me admirarán por mi capacidad de exponer una observación y que se puedan reír de eso. Pero en ese momento no sabía cómo empezar, qué estudiar, ni siquiera sabía que se podía hacer eso en Colombia y mucho menos que sería capaz de subirme a una tarima a hacer reír gente que no conocía.

Por pura casualidad encontré el taller de Juan Giraldo @donjuangiraldo. Fue la primera vez en años que iba a aprender algo sin pensar “esto me va a conseguir trabajo mejor pagado”. Solo quería entender cómo carajo la gente convertía dolor en risas o simplemente dar una opinión chistosa de como comerse un yogurt sin chuparse el dedo (y hacer amigos, trabajar en casa es una total mierda que va matando tu alma social —perdón me alteré).

Después me leí “Del raye a la rutina” de Gonzalo Valderrama. Ese libro me cambió el switch mental. Básicamente te enseña a tomar toda la mierda que te ha pasado en la vida y convertirla en algo útil. Como hacer refactoring de tus traumas, pero sin la presión de que tiene que ser perfecto.

Descubrí un mundo donde ser vulnerable no te hacía ver débil, sino valiente, interesante. Donde tus fracasos no eran vergüenza, sino material.

Resulta que el stand-up y la programación tienen más en común de lo que pensaba, pero con una diferencia crucial: en comedia está bien fallar horriblemente. Es más, se espera que falles. Nadie te va a despedir por contar un chiste malo (solo te vas a sentir como un culo, con ganas de no volver a subirte a tarima y de llorar desconsoladamente al lado de tu libreta de “chistes”)

En tech, cada error se siente como una amenaza a tu rendimiento. En comedia, cada error es una oportunidad para mejorar, es más, cada error puede ser un buen chiste. La presión desaparece cuando entiendes que todos estamos jodidos de alguna manera.

Los artistas viven de otra manera. No están constantemente preguntándose “¿cómo escalo esto?”, “¿me está quedando grande este proyecto?”, o “¿soy impostor en esto también?”. No, mentira, también les pasa, pero la manera de fluir es diferente. Se alimentan del error, de la falla, de “Comer mierda” y de ahí se inspiran.

Mi nueva versión

Ahora sigo programando (porque no soy estúpido y sé que los salarios en tech son mejores, o bueno, al menos constantes), pero ya no vivo en pánico constante. No me despierto con ansiedad pensando “tengo que ponerme al día”, “me va a quitar el trabajo la IA”, o “todo el mundo sabe más que yo”.

Ya no me importa no conocer el último framework que salió la semana pasada. Las tecnologías van y vienen, pero mi salud mental no se recupera con un npm install.

Los open mics se volvieron mi lugar de networking diferente. No es que los eventos tech sean malos, para nada. Es solo que son espacios distintos con propósitos distintos. En networking tech hablamos de tecnología, salarios, en qué empresa trabajas (y si es reconocida te sube un poco el status social), proyectos, el futuro de la industria. Todo válido y necesario, pero a veces puede ser agotador cuando ya vienes en un burnout. En los open mics la conversación fluye diferente. La gente va a compartir historias reales, a hablar de sus cagadas sin filtro, y a reírse de lo complicada que puede ser la vida, “A Parchar” como lo conocemos en Colombia.

Tal vez nunca sea el comediante más famoso ni el developer que domina todas las tecnologías. Pero por primera vez en mucho tiempo, me vale chimba y media (disculpan las groserías, soy grosero. Quizá es porque mi mamá consumió perico durante mi embarazo). He encontrado una forma de crear que no depende de estar constantemente actualizado, simplemente fluir y dejarme llevar por las experiencias.

Como dicen Los Alkolirykoz: “Todo lo bueno tarda”. Y a veces lo que necesitamos no es aprender más rápido, sino encontrar nuestro propio ritmo y decirle a la industria que se calme un momento.

Si quieren saber más de mi proceso, me pueden seguir en instagram como: @aytostado. Ahí estoy compartiendo mis experiencias, reflexiones y, por supuesto, mis chistes malos.

Al final, no se trata de huir del trabajo o de las responsabilidades, sino de encontrar espacios donde podamos volver a ser nosotros mismos. Espacios donde la mente respire y el alma se ría. Para mí fue el micrófono (y no el de mi tío [chiste malo]). Para otros puede ser una cámara, un pincel, una guitarra, una huerta, una libreta o una patineta. Lo importante es buscar hasta encontrar. Porque salir del burnout no es dejar de trabajar: es volver a sentir que vivir también es parte del plan.